Es una realidad, que en España no abunda: los conversos. Estos tienen la capacidad de ver todas las costumbres dela Iglesia como nuevas y llenas de vida. No así los viejos creyentes que todo les estorba o molesta. Los conversos no ponen pegas, entienden todo de un modo distinto, y más profundo. No ponen pegas a la Iglesia...no eligen, esto sí, esto no, esto para os curas, esto para los integristas y esto para los jóvenes...
He estado con muchos de estos, en la foto una pequeña muestra. Antes de entrar en la Iglesia también creían, pero seleccionaban: el infierno no, la confesión no, la Providencia divina sí, la castidad matrimonial no, la oración depende... pero algo no les cuadraba. Han tenido la coherencia de dejar una iglesia, para irse a la que les llena. Hay un movimiento en su vida, donde lo primero es la búsqueda de Dios, cueste lo que cueste... comodidad, dinero, progreso laboral, etc... Y después un abrazar a la Iglesia sin reservas, sin miedos, sabiendo que se ha encontrado la perla perdida.
Tengo que hacerme con ese libro. Las biografías de los cristianos conversos son todas apasinantes porque llegan a ese estado por propio convencimiento y, a veces, tras luchas intestinas con su propio razonamiento o en muchos casos perseguidores a ultranza de aquello que anhelan sin percibirlo siquiera.
ResponderEliminarChesterton, Lewis, Newman..., verdaderos ejemplos para los cristianos viejos, apolillados, decadentes...
El converso es como el que encuentra un tesoro y ya no puede renunciar a él. Por eso estamos llamados a la conversión diaria, permanente, constante. Descubrir cada día a Dios. Asombrarnos cada día con su plan de salvación. Extasiarnos con la contemplación de Santa María. Sentir en nuestra alma el soplo del Espíritu Santo. Adorar permanentemente a Dios, en cada momento, en cada situación.
ResponderEliminarSer adoradores en espíritu y en verdad, permanentemente conversos.
¡Ya está en mi poder!
ResponderEliminarA ver si me empapo...