lunes, 27 de junio de 2011

2 Tim 4,3

"Porque llegará un momento en que no soportaran la sana doctrina" Esto es lo que nos dice s Pablo en una carta a Timoteo. Unas palabrs clarividentes y, desgraciadamente, muy actuales.
Ayer, en la predicación del Corpus Christi, apunté entre otras ideas la necesidad de estar libres de pecado mortal para comulgar.... idea que en absoluto es mía ... Sino que ya apare en s Pablo " quien coma el cuerpo de Cristo sin discernimiento, como su propia condenación". Pues bien,, hubo alguien (¡en Misa!) que no le gustó oír eso... y a la salida me lo hizo saber.
Yo pido al Señor que me dé explicaderas .... pero hay algo que no depende de mi, sino del que escucha, apertura al evangelio y su verdad. Ojalá no me escandalice yo nunca del evangelio.

6 comentarios:

  1. Muy bien hablado d. Iñigo

    ResponderEliminar
  2. ¿Que es pecado mortal?
    Salu2

    ResponderEliminar
  3. Intuyo Pelegrín que por edad sabes muy bien lo que es pecado mortal.
    En estos últimos tiempos parece que es "pecado" hablar de pecado y más si es pecado mortal.
    En la sociedad de consumo y hedonista,hablar de la muerte,la enfermedad y el pecado....están prohibidos.por lo que veo ¡hasta en la Iglesia!
    La felicidad del hombre contemporáneo está unida al placer inmediato al sentimiento inmediato, todo es "flower power".Así hay gente que va a misa, que no se confiesa casi nunca o nunca o "lo hacen diréctamente con Dios", que van a comulgar cuando les apetece...


    Son pecados mortales aquellos actos que nos separan de la gracia de Dios.

    ResponderEliminar
  4. Aquí copio un artículo J F Rey B. que viene al pelo y que se titula: Miedo en la Iglesia. Por eso, gracias a todos los sacerdotes que no tienen miedo a decir lo que deben decir...

    MIEDO EN LA IGLESIA
    Miedo... ¿A qué? Por triste que parezca, a quedar mal. A romper con los nuevos dogmas de lo políticamente correcto y ser tachados de retrógrados y cavernarios por esa inmensa mayoría de “creyentes” que han aceptado sin apenas razonamiento alguno esos dogmas. Para saber cómo se ha formado semejante “credo”, lo mejor es que lean EL libro de Philip Trower “Confusión y verdad: raíces históricas de la crisis de la Iglesia en el siglo XX” (Edit. El Buey Mudo, 2010). Yo me limito, en estas líneas, a señalar los miedos, por si su reconocimiento explícito pudiese tener algún valor terapéutico.

    En la Iglesia hay miedo a gobernar. “Gobernar” se ha identificado, sin más, con “tiranizar”, y es considerado un ejercicio “fascista”. Un sacerdote, que ahora es obispo, me dijo en privado, en cierta ocasión: “mira, Fernando. Antes, cuando un obispo llamaba a un sacerdote, el sacerdote se presentaba temblando. Ahora, cuando sacerdote y obispo se encuentran, el que tiembla es el obispo”. No sé cómo andará de temblores ahora quien me relataba el ejemplo. Pero es cierto que hoy día se lleva más el “diálogo”; lo de “mandar” está mal visto.

    En la Iglesia hay miedo a pronunciar las palabras “pecado mortal”, “infierno”, “salvación del alma”, “purgatorio”... Todo lo que parezca indicar que el hombre puede condenarse produce más miedo que la propia condenación. Y así, estamos privando al pueblo fiel de las advertencias más necesarias para evitar los mayores peligros. La causa de esta terrible dejación es que, a menudo, los pastores tememos más a la impopularidad que al mismísimo Infierno.

    En la Iglesia hay miedo al fracaso. Es un miedo particularmente inexplicable en una Iglesia que ha nacido, precisamente, del “fracaso” de la Cruz. Pero lo cierto es que nos aterra quedarnos sin feligreses. Hay que hacer lo posible por no “ahuyentar al auditorio”, y decir las cosas con la mayor cautela y suavidad para no sacudir demasiado las conciencias. Un Juan bautista que alborotase a su asamblea llamándoles “raza de víboras” sería rápidamente decapitado en el cadalso del descrédito para entregar su cabeza, acto seguido, a la Salomé del primer banco. No queremos quedarnos solos, ya saben.

    En la Iglesia hay miedo al Misterio. Preferimos el espectáculo. La diferencia estriba en que el misterio se define por lo que esconde, mientras el espectáculo se define por lo que muestra. Nos produce pánico, en una primeras comuniones, otorgar el protagonismo a los símbolos litúrgicos que -pensamos- nadie va a entender y van a sumir a la asamblea en el aburrimiento. Por eso, y aunque sea a costa de atropellar la liturgia, preferimos subir a los niños al presbiterio para ofrecer a los familiares un espectáculo coreográfico en que los protagonistas sean sus hijos, y Dios, simplemente, la excusa. Y es que estaba yo olvidando uno de nuestros peores miedos.

    En la Iglesia hay miedo al aburrimiento. Nos aterra pensar que la gente pudiera aburrirse. ¡Hay que animar el cotarro como sea! Para que no se aburran los niños, convertimos las misas en circos; para que no se aburran los jóvenes, las convertimos en conciertos de rock; y para que no se aburran los adultos, las convertimos en asambleas o en qué sé yo qué... Hemos olvidado que el mejor antídoto contra el aburrimiento es la fe de quien celebra y predica. Cuando el maestro no tiene miedo a la verdad y habla claro, la asamblea se enfervoriza o se indigna y sale echando pestes del presbítero, pero nadie se aburre. Jesucristo tampoco aburrió a nadie... Aunque, claro, murió crucificado. Es un pequeño inconveniente. Sobre todo porque, en la Iglesia, también tenemos miedo al martirio.
    José-Fernando Rey Ballesteros

    ResponderEliminar
  5. Jopé! Me salen comentaristas mejores que el blogger
    Enhorabuena por vuestros comentarios

    ResponderEliminar