viernes, 14 de octubre de 2011

Aniversario


Un día como hoy no debe pasar desapercibido. El 13 de octubre de 1917 el sol bailó ante miles de testigos. Y Portugal se estremeció. No en vano el 13 de octubre será recordado como el día del milagro del sol. Y así lo sintieron las portadas de periódicos portugueses de la época. Desde un primer momento la gente pedía un milagro para poder creer en las apariciones de Fátima. Y la pequeña Lucia así lo demandaba a la Señora, apenada de que ante mensaje tan grave de conversión solicitado por la misma Madre de Dios, pocos fueran los que creyeran. “Haga un milagro, para que todos crean”. “Sí, lo haré”. Y ese día fue el 13 de octubre. Y entonces bailó el sol, cambiando de colores, para después ante una atemorizada multitud lanzarse en zigzag en caída libre sobre la tierra. Pero se detuvo, para alivio de todos, y nuevamente zigzagueando recuperó su posición original.


Tanto da cómo ocurrió aquello, en qué consistió el milagro. Lo milagroso no sólo rompe las reglas ordinarias, sino que las descabala. Ningún observatorio astronómico percibió alteración en el sol, ni las órbitas de los planetas se vieron afectadas. Pero una multitud inmensa de personas (de 70.000 a 100.000 según los medios) llegó empapada por la pertinaz lluvia de octubre (cuando en octubre llovía) y en cuestión de minutos el astro sol no sólo jugó con su vista sino que secó casi instantáneamente sus ropas. Espectáculo sorprendente debió ser. Hasta los masones que lo presenciaron no pudieron dejar de admirarse. Luego llegaría aquella psicología barata a la que se acude para explicar lo inexplicable: delirio colectivo. Tanto da. El milagro se hizo para fortalecer la fe. Y lo consiguió. Luego fue el boca a boca, la prensa, las tertulias de café. Y los testigos que no olvidarían nunca lo que vieron.

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