lunes, 3 de octubre de 2011
Miedo
El miedo es verdad que paraliza. El miedo recorta la libertad, a más miedo, menos libertad...y menos posibilidad de ejercer todas nuestras capacidades y potencialidades de modo eficaz. Lo contrario al miedo es la valentía, o el arrojo... es verdad, pero quien lo posea para unas cosas le puede faltar para otras...o puede tener arrojo para cosas no importantes, y sí para las importantes. De todas todas necesitamos cierta valentía, para que la vida (no los negocios) no nos coma.
Hay un antídoto que se ha despreciado durante estas últimas décadas, y que, poco a poco se va viendo lo importante y necesario que era, y me refiero a la esperanza que otorgaba la fe. La esperanza es la convicción de que no pasa nada nunca,...aunque pase!! pues Dios está con nosotros.
Hemos ido quitando poco a poco a Dios de nuestras vidas y, cada día más, se va apoderando el miedo de la gente...creo que no exagero.
Hay miedo a la vida, miedo a las consecuencias de la fidelidad, hay miedo a la enfermedad y a la muerte...hay miedo al sufrimiento....y todo esto hace que la calidad de vida sea mala, baja.
La oración, la fe en Cristo, sin darnos cuenta, nos hacía vivir todas estas realidades de un modo absolutamente distinto...con más sosiego. Hoy no. La gente sufre por sólo pensar que va ha sufrir...
Una pena. El Señor había pensado todo cuando nos regalaba la fe...pero nosotros hemos pensado que lo podíamos mejorar... Cmo no puede ser de otro modo es un grandísimo error intentar corregir al Creador.
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Ultimamente esta muy sosito y triston el blog,no te parece
ResponderEliminarRespecto al tema del miedo creo que hay que considerar dos cosas. Durante una época algunos sacerdotes evangelizaban utoilizandop el miedo como método infalible para convertir almas. Un miedo aterrador a un Dios vengativo que te ponía a prueba al nacer e iba escrutando todas tus acciones e incluso pensamientos y los apuntaba en una libreta para el día del juicio comprobar que las habías confesado todas, que no te habías olvidado de ninguna y, sobre todo, que nos las habías ocultado al confesor, aunque el pudor, en ocasiones o tu propia psiquis te hubiera impedido verbalizarlas. Entonces, si así era te condenaba al fuego eterno de donde no se sale jamás, jamás. Después se pasó al otro extremo, se nos presentó un Dios que era puro amor y perdón y al que incluso se podía ningunear. Así fue desapareciendo el demonio, luego el infierno y finalmente el concepto mismo de pecado. Creo que esto debiera hacernos pensar.
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