viernes, 22 de junio de 2012
Iglesia Militante
Hace muy poquito Benedicto XVI, libre del qué dirán, afirmó como la expresión "Iglesia militante" no está de moda... pero qué gran verdad es.
Hemos de recordar a todos, toditos los cristianos, que serlo es sinónimo de lucha. No es verdad que el Dios verdadero apoye nuestra comodidad y proyectos... Es justo lo contrario, como decimos en el Padrenuestro: "hágase tu voluntad..." Es, precisamente, lo contrario de lo que la gente dice, pide y reza, que se cumpla "su voluntad", no la de Dios.
Es lucha contra nosotros mismos, contra la mentira, la injusticia... por eso el cristiano ha de hablar, ha de no callar... pero primeramente contra sí mismo. La lucha está muy dentro de nosotros: descreimiento de que Dios nos llame a mucho más, confianza de que Dios no nos abandona (jamás, solo lo parece... pero por nuestra falta de fe), nos falta la luz y el calor en nosotros... por nuestra falta de sobrenaturalidad.
Acabo de terminar de leer el libro de Teresa de Calcuta... y, como el resto de los santos: Ignacio, Pablo, J.P II, Padre Pío, Josemaría, D Bosco,... (cosa a la que todos estamos llamados), transformó su alrededor por su absoluta confianza en Dios...
Sin esa "absoluta confianza" en Dios, no podremos dejarle hacer en nosotros. Todo lo que ocurre, es con su consentimiento. Nada pasa sin que Él lo permita... nada de nada. Así que hemos de saber lanzarnos a sus manos. Y esta es una gran lucha, pues no somos amigos de confiar en lo que no vemos...
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Creo que ahí radica la gran dificultad. Quizás no nos lo han enseñado, quizás no lo queramos aprender o, simplemente, nuestra fe es de mero cumpli-miento. Ser cristiano implica ser Testigo, pero solo puede ser testigo quien tiene conocimiento propio de lo que testifica no quien habla de oidas o por boca de otros. Nosotros no seguimos una doctrina, ni un libro sino a un Dios real, presente y activo en nuestras vida aunque no lo veamos con los ojos. Hemos de experimentarlo con la fe y así tendremos certezas de fe. Hemos de aprender a abandonarnos en sus brazos, perdernos en su divina misericordia, confiarnos a su voluntad conscientes de que Dios es quien mejor nos conoce, mejor que nosotros mismos; quien más no ama y, además, todopoderoso. Pero hay que dar un salto en el vacío sabiendo que Dios nos cogerá. Pero hay que darlo y eso nos da miedo.
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