Creo que la mayoría de la gente funciona con el yo por delante, cosa que viene bastante bien para la inmensa mayoría de las cosas: He de comprar, he de fregar, he de llamar, he de ... Pues bien hasta aquí. Pero falla del todo con las cosas de Dios. Mucha gente se plantea lo que ella hace con Dios: voy a rezar, voy a ir a Misa, luego me confieso... y esto sigue estando bien, pero ya no del todo.
Es muy fácil que nos olvidemos, cuando se trata de las cosas de Dios, de lo que Él hace en nosotros y por tanto no vivamos de fe, que es de lo que se trata, y vivamos de "impresiones". Me parece que me va bien, ir a Misa, confesarme, rezar...
Dios es el autentico protagonista de nuestra santificación, nosotros somos un verdadero obstáculo. Dios en cada rato de oración, Eucaristía, confesión o sacramento que sea opera en nosotros paulatinamente y verdaderamente.
La Eucaristía o la confesión no vale por lo que a "mi" me parece que hacen en mi, o "siento", sino que precisamente valen por que Dios actúa en nosotros con su gracia. Una Misa escuchada sin un gran entusiasmo tiene -al menos- la misma eficacia y validez que la escuchada con una gran emoción, pues sigue siendo Dios mismo el que se hace presente... Si por el contrario valoramos las cosas de Dios por lo que creemos que nos pueden aportar en un momento determinado achicaremos los sacramentos a cosillas pequeñas semejantes a nosotros y por tanto les cercenaremos su gran potencial: el plan de Dios.
Las "cosas" de Dios tiene un valor infinito, el cual nosotros somos incapaces de añadir un ápice...lo poco que podemos de hacer es: remover los obstáculos. Pero nada más.
Acudir con fe a los sacramentos es una obra gigantesca pues ¡Dios! -no de uno mismo- se hace cargo de nuestra vida: nos sugiere, alienta, susurra, fortalece, corrige, guía, auspicia, consuela, escucha o habla.
Todo un tema para unos ejercicios espirituales. Gracias D. Iñigo por poner los puntos sobre las ies
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